lunes, 26 de marzo de 2012

CAPITULO 9: "Paciente Cero" 1era Parte

El lugar que antes había sido usado como establo para los animales se encontraba completamente a oscuras. A pesar de que era de día, las tapas sobre puertas y ventanas lo hacían impenetrable por la luz del sol. Un montón de paja estaba apilada en una esquina y en medio de esta, diminuta, casi imperceptible, una pequeña niña abrazaba sus piernas con fuerzas, mientras lloraba sin consuelo.

Una flor del desierto se puso delante de su mirada, pero la niña, superada por su tristeza, negó el recibirla realizando un movimiento de cabeza. Se limpió las lágrimas con la manga de su blusa, intentando controlar las nuevas que luchaban por brotar de sus ojos. Una voz suave, casi maternal, intentó calmarla.

- Ya, linda, tranquila... Todo está bien.

La mano pálida y estilizada de Emilia acarició el rostro de la menor, mientras sonreía amable a la pequeña huérfana para que esta se calmara y dejara de sentir culpa por haberle fallado en la misión asignada. La noche anterior la pequeña había logrado llevarse al pequeño Renato del lado de Carolina, por orden de la hermana de Arellano, pero cuando Alonso había descubierto a los secuestradores, todo el plan se había frustrado.

- Es que... -Repetía entre lágrimas- yo hice lo que usted me pidió, pero ese doctor me quitó a la guaguita...
- No importa, mi amor, quisiste ayudarme y estoy muy agradecida contigo por eso...

Emilia besó a la menor en la frente, antes de ponerse de pie y ordenar severa a uno de los seguidores que la acompañaba que se quedara cuidando a la niña y al resto de los huérfanos del pueblo fantasma. El varón intentó replicar, pero bastó sólo una mirada firme de su líder para que comprendiera que no debía cuestionar sus designios. Luego de la intimidación, la cautivante gurú le explicó a su discípulo que los niños no podían quedarse solos en un pueblo abandonado y hacerse cargo de ellos era la nueva misión que a él le correspondía en la vida. Sin decir más palabras, el hombre de características regordetas y algo apocado en aspecto, observó a su guía abandonando el establo, posiblemente para siempre.

Carolina cocinaba en una improvisada fogata un ave que Alonso había capturado horas antes. El médico se había alejado de la muchacha para montarse en un cerro que le daría la panorámica del entorno, calculando cuanta distancia les faltaba por recorrer para llegar al refugio. La futura madre tarareaba una suave canción, observada con detenimiento por Renato, quien a pesar de sus cortas semanas de vida parecía reaccionar ante la melodiosa voz de la muchacha.

La tranquilidad del momento se vio repentinamente interrumpido cuando un grito de Alonso alertó a la joven. Desde las alturas el médico, en su afán de descubrir la ruta a seguir, vio un grupo de zorros que se acercaba cauteloso hasta el lugar donde la muchacha y el bebé estaban.

- ¡Cuidado!

Carolina se giró, encontrando su mirada de frente a la de un zorro que esperaba el momento exacto para lanzarse sobre ella y atacarla. Alonso descendía el monte corriendo a toda velocidad, mientras la joven marchaba lentamente hacia atrás, acercándose para proteger al menor.

Un segundo zorro se acercó por un costado, emergiendo un tercero y cuarto, todos hambrientos y dispuestos a atacar. Carolina temblaba de miedo, logró sacar al bebé del canasto y lo abrazó con fuerza. Miraba a la distancia a Alonso que intensificaba su carrera en una acción que parecía inútil por lo tardía.

- ¡No, no, no! - Repetía el médico sin césar- ¡Carolina, Renato!

Carolina apretó al bebé con fuerza, dándose cuenta que uno de los zorros había dado un paso adelante, la antesala al ataque. Lanzó una mirada al médico, que era una señal de desesperación, pero también de despedida.

Los dientes del zorro se asomaban intimidantes, la baba caía por un costado de su boca, el gruñido era el único sonido que inundaba en ese momento el desierto de Chile, hasta que repentinamente dio un salto, lanzándose contra Carolina, quien apretó al bebé con fuerza, entregándose a su destino.

Un gran disparo retumbó entre los cerros y el zorro recibió el impacto de una bala que lo lanzó contra el suelo, esparciendo sus entrañas y levantando una nube de tierra. El resto de los zorros huyeron despavoridos, mientras Alonso llegaba junto a la muchacha que abrazó con fuerza.

Ambos miraban en todas direcciones, intentando descifrar el origen del disparo, hasta que un bulto se levantó entre las arenas, revelando a un militar que hasta entonces se mimetizaba con el entorno. Se acercó a la pareja con la diplomacia que caracteriza a la institución y les pregunto sus nombres y de donde venían. Cuando escuchó "Valle Azul" el militar reveló en su rostro una controlada reacción de sorpresa y les pidió que lo acompañaran.

Alonso le preguntó si se dirigían al Bunker que era su destino final, pero quien acababa de salvar a Carolina le respondió que pertenecía a la base anterior al mencionado lugar y que antes de que continuaran su viaje, era importante que vieran a una persona.

Carolina, Alonso y el bebé llegaron hasta una cueva que disimulaba su entrada con una gran roca. El militar los hizo ingresar, revelando en el interior las complejas instalaciones donde todo el personal militar operaba modernos computadores. Avanzaron por un largo pasillo que finalizaba en una celda con paredes transparentes y el Oficial les informó del paciente que se mantenía recluido en el lugar. Era el llamado "Paciente Cero", no por ser el primero en haber manifestado signos de la enfermedad, sino que por ser el que reaccionó de forma más violenta a ella, y era uno de los que había logrado sobrevivir más tiempo, a pesar de que esto era por intervención de ellos mismos.

Sobre una camilla de similares características a la celda descansaba el cuerpo débil de una persona que, producto de la enfermedad y todos los experimentos realizados por los militares, parecía una bolsa de carne putrefacta más que un ser humano.

"Tienes visita" sentenció el militar, provocando que la persona en la camilla se girara con sus escasas fuerzas. Su rostro estaba deformado por manchas y heridas sangrantes, sin embargo Alonso reconoció su mirada. Con impacto el médico se llevó la mano a la boca, sin poder creer a quien estaba viendo.

- Raúl... -Concluyó Montero- Estás vivo.

Quien fuese alcalde de Valle Azul no podía articular respuesta, sólo suplicar con una mirada por ayuda en su sufrimiento.

CONTINUARA...

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