miércoles, 28 de marzo de 2012

CAPITULO 10: "Paciente Cero" 2da Parte

La enfermedad que afectaba al mundo entero había caído con especial furia sobre Raúl, alcalde del apacible Valle Azul, afectando su salud física, pero también mental. Desde su diagnostico los cambios de ánimo habían llevado a episodios de violencia, especialmente en contra de Milagros, la mujer con la que había encontrado una segunda oportunidad para el amor luego de 14 años viudo.

Consciente de que su deterioro no se frenaría, había decidido abandonar el pueblo, para así proteger de si mismo a la mujer que amaba. Eduardo, su leal secretario, se enteró de la noticia y rápidamente se montó en un vehículo militar para alcanzar el paso del Alcalde, que ya se encontraba por cruzar la zona de bloqueo que mantenía al pueblo en estado de aislamiento.

Le insistió y rogó una y otra vez que no abandonará el pueblo, que hacerlo sólo lo llevaría a la muerte en el desierto, pero el Alcalde, afectado en sus facultades mentales, lo empujó con fuerza, corriendo para cruzar el puente que llevaba al pueblo, sin considerar que en ese mismo instante las fuerzas militares accionaban el mecanismo que hacía explotar una bomba sobre un cerro, aislando de forma definitiva el lugar.

Eduardo vio a quien fuese su jefe y amigo salir expulsado con la fuerza de la explosión, al ser golpeado con un gran fragmento de roca que lo lanzó al otro lado del barranco, perdiéndose en la nube de polvo y piedra, hasta finalmente quedar tirado en medio de una mancha de sangre. La fuerza del estallido fue determinante para que el secretario concluyera que el Alcalde había muerto.

Hoy, a varios meses de ese suceso, Alonso se encontraba en una instalación militar donde Raúl descansaba con escasas fuerzas en una celda de acrílico transparente. Los militares habían encontrado al Alcalde moribundo poco después de la explosión y se lo habían llevado hasta las instalaciones para realizar toda serie de experimentos con él.

Las semanas que había vivido el Alcalde en este encierro habían sido sin dudas, las peores de su vida, pero a pesar de que los Militares tenían conciencia de que le causaban daño, estaban seguro que en él podrían realizar todas las pruebas médicas que los llevarían a encontrar un antídoto.

A la cabeza de los análisis estaba Emilia Arellano, hermana del difunto líder de la secta, que sin tener grado militar era la única capaz de dirigir los experimentos por sus excepcionales conocimientos de biología. Alonso se sorprendió al escuchar el nombre de la mujer, sin entender por qué esta había guardado dicha información cuando los conoció y se aferró de esto para reiterar a Carolina que no confiaba en ella.

Al caer la noche Carolina, el médico y el bebé Renato recibieron comida y la posibilidad de darse un buen baño. Albergados en pequeñas celdas, que parecían sencillas piezas de hotel, la pareja se reunió en el cuarto de ella para disfrutar la primera cena en semanas.

La futura madre había podido lavar su cabello y lo había laceado en una coqueta cola que descansaba a un costado de su cabeza. Los militares habían conseguido para ella un vestido de seda blanco, que se movía ligero con el gentil movimiento de la muchacha por la habitación. Alonso, quien hace algunas semanas había comenzado a descubrir sentimientos por ella, estaba obnubilado con su belleza y Carolina de forma muy sutil, disfrutaba la coquetería con que le hablaba.

Comieron con luz tenue. Disfrutaron una copa de vino. Rieron por anécdotas pasadas, como no había sucedido desde que habían abandonado el pueblo. El uno descubrió cosas que desconocía del otro, y pudieron compartir la tristeza de haber perdido a la persona amada, revelando episodios vividos con Magdalena y Dante respectivamente.

Ambos estaban solos en un mundo que se extinguía y posiblemente no habrían puestos sus ojos en el otro antes, pero ahora se acompañaban, se apoyaban, habían desarrollado una amistad, que con un poco de trabajo y tiempo podría convertirse en un nuevo amor.

Alonso se levantó de la silla, avanzando sin dejar de mirar a la muchacha y tocó su hombro. Carolina cerró los ojos, disfrutando la caricia, mientras en su cabeza sonaban fuertes las palabras dichas por Emilia. Una sentencia, una orden para salvar su vida. No podía tener relaciones sexuales con el médico, pues esto la contagiaría de la enfermedad que afectaba al doctor y que ya había acabado con un 70% de la población mundial.

Recibió un beso en su hombro y luego sintió el calor de la respiración de Alonso subiendo por su cuello hasta la oreja, erizandola por completo. El médico acarició su brazo, pasando suavemente su mano hasta llegar a la espalda, tomándola por la nuca para hacer que la muchacha levantara la cara y cuando ambos se miraron a los ojos, comprendieron que el momento de su primer beso había llegado.

Ambos sentían deseo. Ambos querían un momento de paz. Ambos querían reconectarse con sus emociones más primarias. Ambos tenían miedo, pero un deseo que superaba el temor. Alonso se inclinó para besarla, quedando a sólo milímetros de los labios húmedos de la joven, que en el último segundo, declinó.

Quiso deshacerse en disculpas, pero para Alonso no eran necesarias. La molestia invadió al médico, furioso por haber cedido a sus deseos y prefirió abandonar la habitación antes de tener una pelea. Carolina quedó en su habitación llorando desgarradamente, sin saber si había hecho lo correcto al rechazar el beso que tanto esperaba.

El médico avanzó furioso por el pasillo que lo conducía a su habitación, pero cuando estuvo a punto de entrar, se detuvo. Mantuvo la mano en la perilla un momento, pensando fríamente en su siguiente paso y cuando lo tuvo decidido, emprendió rumbo en otra dirección.

La habitación transparente de Raúl no tenía guardias, por lo que el acceso para Alonso fue fácil. El Alcalde estaba despierto, últimamente no lograba conciliar el sueño, ni siquiera para eso parecía tener fuerzas. Algunos huesos estaban expuestos producto de la putrefacción de la carne y su cabello se había caído casi por completo. Con dificultad logró articular una frase.

- Ayúdame... -Balbuceó.

Alonso levantó la mano y sin dudar la acercó a la cara de Raúl para tapar su nariz y boca. El Alcalde se agitó unos momentos, cayendo en la desesperación natural, a pesar de que la muerte era lo que más esperaba. Los ojos de Alonso se llenaron de lágrimas, reuniendo las fuerzas para llegar con la acción hasta el final y cuando finalmente sintió que el cuerpo dejaba de moverse, comprendió que el deceso había ocurrido. No tuvo momento para el sufrimiento, pues la voz de una mujer inundó la sala.

- Arrestenlo.

Alonso se giró, descubriendo a Emilia capitaneada por varios militares con armas en las manos. La gurú lo observaba con dureza, sin problemas de determinar.

- Es un asesino.

Raúl permanecia ya sin vida, mientras Alonso no tenía hacía donde escapar.

...CONTINUARA

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