El lugar se encontraba convertido en un pueblo fantasma. Con certeza la cantidad de habitantes habría sido baja, pues el pueblo se reducía básicamente a una larga calle que finalizaba en una Iglesia en la cúspide de un pequeño cerro.
Buscaron una casa que pareciera confortable y una vez que la muchacha se instaló con el bebé, Alonso emprendió un viaje de inspección para encontrar provisiones en alguno de los Almacenes abandonados. A pesar de estar desolado, quienes vivieron en el lugar habían tenido la precaución de dejar todo correctamente cerrado con candados y las ventanas tapizadas con gruesas planchas de madera. El que fuese médico en Valle Azul debió romper una de las ventanas para colarse al interior de un pequeño negocio, sintiendo que se convertía en un delincuente que entraba a robar, hecho que sucedía sin riesgo de castigo en la que ahora era una tierra de nadie.
Avanzó por el pasillo del Almacén, revisando los productos que ordenados descansaban en los estantes. Revisó la fecha de expiración, descubriendo que todos estaba dentro del periodo de consumo. Comenzó a llenar una bolsa, privilegiando los productos que no necesitaban preparación, dejando espacio para llevar también galletas y dulces.
Un ruido interrumpió el proceso. Rápidamente se giró, antes de lanzar un grito con fuerza, provocando intimidar.
- ¡¿Quien anda ahí?!
Una pequeña lata rodó por el fondo el pasillo hasta llegar a sus pies. La soledad seguramente había hecho que los roedores salieran de sus guaridas, comenzando a tomar posesión del lugar. Cogió algunas provisiones y emprendió la retirada de regreso a la casa que temporalmente ocupaba con Carolina.
La joven terminaba de lavar al bebé con una toalla húmeda. Había encontrado agua que, tras hervir, utilizaba en la delicada tarea de higienizar al niño. Alonso le advirtió de la presencia de ratones y revisó toda la casa buscando materia fecal, sin embargo descartó la posible presencia de los mismos al no encontrar ningún rastro visible.
Un ruido de similares características al que había escuchado en el Almacén es escuchó proveniente del segundo piso de la vivienda. Ya no podía ser presencia de ratones, en el pueblo no eran tres personas las presentes, alguien más estaba acechándolos.
Alonso subió las escaleras corriendo raudo, el escándalo de su acción generó la alerta de quien quería capturar. El médico escuchó pasos corriendo, una ventana que se abría y vidrios que se quebraban con el ímpetu de la abertura. Montero abrió la puerta de una habitación, se asomó por la ventana para mirar al exterior, pero ya no había nadie. Quien los estaba espiando había escapado, ahora la pregunta era que quería conseguir de ellos.
Esa noche Carolina durmió y el médico hizo vigilia, convencido de que la persona que los acechaba volvería por ellos. Estuvo alerta durante varias horas, sin embargo hacia el amanecer el cansancio le pasó la cuenta y se durmió.
La ventana rota del segundo piso se abrió lentamente, el sonido era suave, casi imperceptible. Un pequeño y sucio pie desnudo se introdujo hacia el interior. Eran los pies de un infante que suavemente se colaba al interior de la casa, al tiempo que 4 pares de pies de idénticas condiciones le seguían el paso. Bajaron las escaleras, mientras el silencio se interrumpía sólo por ahogadas risas infantiles. Lo que parecía la antesala a un atentado contra los viajantes rápidamente tomaba tintes de una jugarreta de niños traviesos.
Carolina abrió los ojos tras un largo sueño y llevó su mirada instintivamente hacia el lugar donde dormía el hijo de Magdalena. Un grito despertó de sobresalto al doctor.
- ¡Alonso!
El mencionado se puso de pie. La expresión de Carolina era de un total desconcierto y desesperación. Horrorizada exclamó.
- ¡Renato no está!
El pequeño de solo semanas de vida había desaparecido sin dejar huella.
...CONTINUARÁ
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