Alonso se detuvo un momento antes de entrar. A lo lejos, a contraluz, la figura de una mujer se dibujaba como una silueta en el atardecer. No se distinguían sus rasgos, pero era delgada y de cabello muy largo y enmarañado. El médico tuvo que poner su mano sobre los ojos a modo de visera para intentar ver su rostro. El suave movimiento de ella tapaba a ratos los haces de luz, pero entonces la oscuridad en su cara impedía ver sus rasgos. De pronto, por una fracción de segundo, el doctor logró ver de quien se trata y su expresión se congeló.
- ¿Vas a entrar? -Preguntó Carolina, a lo que el médico accedió sin formular palabra.
Buscaron debajo de los estantes, encontrando algunas latas a punto de alcanzar su fecha de vencimiento. Alonso realizaba la tarea inquieto, lanzando continúas miradas hacia el exterior por el vidrio de la puerta de entrada, hasta que de pronto, frente a él, parada en el pasillo, estaba la mujer que había visto en el exterior: Magdalena.
Los ojos del médico se cristalizaron de lágrimas, pero consciente de que una de las características de la enfermedad que lo aquejaba era ver muertos, contuvo los deseos de abrazarla con fuerza.
Un ruido reberberante alertó a Carolina y de regreso en el vehículo militar, Emilia enfiló hacia el origen del ruido, deteniéndose en la mitad del desierto, en un lugar apartado, árido, sin rastros de civilización. Carolina bajó del auto y corrió varios metros antes de detenerse emocionada y lanzarse en los brazos de un ser imaginario.
La hermana de Joaquín observaba desde lejos a la madre de la pequeña Eva, antes de girar la cabeza y mirar a Alonso, quien en silencio intentaba ignorar que junto a él veía a la mujer que antes había amado, sentada, en silencio, esperando una palabra o mirada de cariño.
Emilia ordenó que acamparan esa noche en el lugar, al día siguiente seguirían en la caravana que los enfilaba hacia el lugar donde existía el antídoto para el mal que había arrasado con la vida humana en gran parte del planeta.
Fue avanzada la noche que Alonso cedió a lo que sabía que existía sólo en su imaginación y se alejó del improvisado campamento para perderse en la inmensidad del desierto con una silenciosa Magdalena. Por su parte Carolina seguía viviendo la fantasía de haberse encontrado con Venancio, su amor de juventud, hasta que su sueño se convirtió en una pesadilla.
Tras una larga conversación en la que el primer amor de la muchacha le juró amor eterno, ella lo siguió hasta la camioneta militar donde Emilia leía el diario de vida de Julia y fue testigo -En su imaginario- de un complot entre la líder y el muchacho.
Carolina montó en cólera al creer que Emilia habría traído a Venancio de regreso sólo para cumplir con un articulado plan de venganza y una vez que los enfrentó, la pelirroja se vio obligada a decirle que nada de lo que estaba viendo era real. Que Venancio simplemente no existía y que estaba siendo victima de una alucinación.
Frente a sus ojos la joven vio desaparecer al muchacho, se dio cuenta que por arte de magia la fogata del rave en el desierto desaparecía y el abrumador silencio del desierto inundaba todo. Carolina temió por su salud mental y luego de romper en llanto se abrazó a Emilia, que la contuvo como una madre.
Al amanecer continuaron el camino, pero antes de hacerlo Emilia eliminó todo rastro de las drogas que había utilizado para provocar las alucinaciones de Carolina y Alonso... Su plan seguía marchando tal cual lo había diseñado.
...CONTINUARÁ.
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